Entendiendo el dorso de tu caballo (Parte 1)
Tradicionalmente se ha otorgado una gran importancia al movimiento de las extremidades del caballo. Las extremidades, sus movimientos, simetría, frecuencia, etc. se ha postulado como la manera ortodoxa de valorar toda una serie de atributos biomecánicos del caballo, tanto en el plano fisiológico como en el patológico, clasificando por ejemplo diferentes tipos de cojeras.
Lejos de quitar importancia al movimiento de las extremidades del caballo, es necesario contextualizar éste en su movimiento global. A pesar de que para nuestro entendimiento, tendemos a diseccionar y clasificar el caballo en partes, la realidad de la naturaleza es otra y esto supone que el caballo se mueve todo él. Esto convierte la biomecánica equina en un fenómeno complejo pero también maravilloso.
Bajo este prisma surge la importancia del dorso y grupa del caballo; es en él donde se concentran los grandes grupos musculares que están detrás de la génesis del movimiento equino. Esto no es exclusivo de los caballos, pues todos los cuadrúpedos comparten esto. Basta observar una serpiente reptar para entender que con un dorso musculado a la par que flexible y funcional pueden conseguirse los movimientos más ágiles y prodigiosos. La importancia de la columna vertebral en el movimiento equino, no es nada nuevo y son muchos los estudios que apuntan en esta dirección. Si has echado una ojeada a alguno de estos estudios seguro que habrás advertido que dan mucha importancia al eje cuello-cabeza; no en vano esta zona, resulta ser la más móvil y por ello será motivo de un artículo independiente.
En el caso del caballo, los grandes grupos musculares se concentran en el dorso y grupa y conforme avanzamos en dirección distal, es decir hacia el suelo, siguiendo el recorrido de las extremidades, podemos observar que la presencia de músculos disminuye hasta convertirse, desde carpos y tarsos en un auténtico sistema de tendones y ligamentos donde ya no existe músculo. Esto convierte a las extremidades del caballo en un sistema de poleas análogo a los polipastos, que convierte pequeñas fuerzas desarrolladas en el dorso en grandes fuerzas que repercuten contra el suelo generando el avance del caballo. Cuando aplicamos biofísica a este hecho, enseguida entendemos por qué la mayoría de las lesiones suceden en la parte distal de las extremidades; al fin y al cabo, en los polipastos, las correas de transmisión siempre tienden a romperse del lado que está junto al peso (sería el equivalente a la parte más distal de las extremidades). Este hecho justifica la atención que, tanto la cultura tradicional ecuestre como la veterinaria ortodoxa ha prestado a las cojeras distales del caballo. Sin embargo, si hemos hablado del dorso y grupa del caballo como el auténtico generador del movimiento equino, vale la pena no quedarse en la detección y acotamiento de una cojera distal del caballo, si no antes bien, plantearse la causa y ascender hacia el dorso/grupa del caballo, la auténtica factoría de movimiento de éste.
Parece claro que en un nuevo paradigma de salud y bienestar ecuestre, lo lógico es ir más allá del “cojea de la mano izquierda” por ejemplo, para preguntarnos ¿por qué de esa mano y no de la otra?, ¿qué ha ocurrido?. Iniciar esta actividad detectivesca nos obliga a entrar de lleno en el conocimiento del dorso de nuestro caballo.
En quiropráctica y osteopatía se trabaja sobre una máxima: “la estructura condiciona la función”. Esto implica saber que el dorso de nuestro caballo está determinado por cómo es su estructura ósea, en especial, su columna y su cadera.
La columna vertebral del caballo está compuesta por 7 cervicales, 18 torácicas, 6 lumbares, 5 sacras y de 15 a 22 vértebras coccígeas. Cada uno de estos grupos de vértebras presentan diferentes grados de movilidad lo que supone en torno a 175 articulaciones en la columna equina; estas diferencias son tanto cuantitativas, en lo referido a los grados del ángulo formado en la articulación entre dos vértebras, como cualitativas, en lo relativo a la relación espacial entre dos vértebras en las tres dimensiones del espacio. Así pues, entre dos vértebras nos podemos encontrar movimientos de flexión, extensión, lateroflexión, rotación axial y traslación, a lo que se suma la posibilidad de que uno de estos movimientos aparezca “emparejado” o asociado con otro, siendo el resultado final una combinación de ambos. Esto hace que la columna del caballo, al contrario de lo que se ha pensado tradicionalmente, funcione como un todo dinámico y no como una mera estructura estática de soporte. Así, la columna se comporta bajo lo que se ha denominado como “teoría del arco y la cuerda”.
Esta concepción dinámica de la columna equina se contextualiza en las diferentes y opuestas funciones que realiza: ser un marco sólido de inserción de músculos, soporte de peso y protección de la médula espinal a la vez que se comporta como una estructura dinámica, que amortigua microtraumas diarios constantes protegiendo los nervios espinales que salen entre cada una de las vértebras, evitando así su compresión.
Con toda esta información es fácil entender que, si los movimientos del dorso del caballo no son simétricos, la biomecánica que se va a trasladar y proyectar a cada miembro tampoco lo va a ser y esto en sí mismo ya puede ser un elemento generador de problemas biomecánicos, acaben en cojera clínica o no.
En el próximo artículo analizaremos cómo se mueve el dorso de nuestro caballo y por qué mantenerlo en forma a través de un entrenamiento adecuado y de la labor del quiropráctico veterinario. Todo ello es, sin duda alguna, una de las mejores inversiones en salud que podemos hacer para nuestro caballo.
Fuentes: